San Mateo
10,24-33
En el texto
de hoy después de que Jesús elige a los doce y los envía a proclamar el Reino
de Dios, Mateo presenta una serie de recomendaciones para guiar a los
discípulos en su actividad pastoral. Les advierte de los peligros y
persecuciones que tendrán que afrontar. No hay lugar para el miedo y la
cobardía. El mensaje que les fue revelado a estos “escogidos”, debe gritarse a
los cuatro vientos, a todo el mundo.
Esta vez la
comparación la toma del mundo de los maestros de esa época: Los discípulos no
se preparan para tomar el lugar de su maestro y establecer jerarquías entre los
que más eruditos y los que menos saben. La preparación de los discípulos está
encaminada al servicio misionero de la Palabra, al servicio del pueblo, a la
unión filial con el Padre. Los discípulos, en continuidad con esta idea; si son
realmente fieles, no pueden esperar mejor suerte que la del maestro.
La
identificación del anuncio del Reino lleva a una identificación con el
mensajero: les espera la misma cruz, persecución y muerte. Pero también, la
esperanza en el Dios que conduce la historia, permite creer que la
resurrección, y no la muerte, es la última palabra de la historia.
Si el
maestro se consagró al servicio de los desposeídos y excluidos siendo ejemplo
de humildad, y lo único que alcanza es la muerte, los discípulos no pueden
aspirar a sentarse en los tronos de este mundo. Pero no tienen que dejarse
acobardar: “nada hay escondido que no llegue a saberse”, el tiempo dará la
razón a los que la tienen. Todos estamos en las manos de Dios; si El cuida
hasta de las aves del campo, cuánto más de sus hijos. El mismo Jesús saldrá en
ayuda de los suyos.
El ejemplo
es el mismo Jesús, que nunca cedió ni se desanimó haciendo oír su voz
profética; anunciando y denunciando los intereses y los valores que promueve
este mundo. Los discípulos pueden ser perseguidos, pero la fuerza del Espíritu
de Dios asiste en todo momento.