San Juan 10,31-42.
No cabe duda de que el actuar de Jesús en medio de su pueblo
nunca pasó desapercibido. Por un lado, el pueblo judío que en general por el
actuar de Jesús se va convirtiendo, queda como maravillado por sus obras y poco
a poco va creyendo más en Él. Por otro lado, están los dirigentes, los fariseos
y los sumos sacerdotes, que también por el actuar de Jesús, se ven molestos e
irritados.
Ellos están preocupados por no perder prestigio y poder de
los cargos que ocupan y deciden de esta manera acabar con Jesús, que Él
hablando y actuando en nombre de Dios cada vez tiene más seguidores.
Es importante advertir que el Evangelio hoy nos deja ver entre líneas que el plan que Dios
tiene pensado para la humanidad, para todos los hombres va más allá de una
decisión circunstancial de un grupo de personas que decide acallar la presencia
de Jesús.
Es más, la palabra de Dios también afirma que uno de los
dirigentes, Caifás, que era sumo sacerdote en aquel entonces Dios lo utilizó
para poder profetizar reafirmando el proyecto de Dios sobre el mundo.
Ya nada puede detener lo que Dios quiere cumplir: la entrega
de su único Hijo para que todo aquel que crea en Él no muera, sino que tenga
vida eterna.
La muerte y la resurrección de Jesús cumplirá la gran
promesa de Dios: congregar a la unidad a los hijos de Dios que estaban
dispersos. En el mismo Evangelio de Juan Jesús afirma que cuando sea levantado
en alto sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.