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8 de marzo

 

San Mateo 6,7-15.

En el evangelio que hoy nos propone la Iglesia para meditar conmueve que Jesús le diga a sus discípulos como tienen que rezar; esto que le dice a los discípulos también nos lo dice a nosotros; la oración es parte de nuestra vida de discípulos, también sin duda nuestra necesidad de discípulos, porque la oración es experimentar nuestra condición de hijos que nos ponemos en la presencia del Señor y veamos nuestra vida confrontándola con el Evangelio.

Los discípulos se cuestionan sobre la oración porque lo ven a Jesús rezar; del evangelio escuchamos mucho contenido de la oración de Jesús y nos enseña a rezar, “cuando oren un día de estos no hablen mucho como hacen los paganos que por decir muchas cosas creen que serán escuchados, el padre sabe lo que necesitan, lo que quieren pedirle”.

A veces me cuestiono, me pregunto, cuando la gente habla mucho y hay comunidades, movimientos, que hablan y hablan, pero en el silencio y al ponernos en presencia del Señor ya estamos en comunicación con Jesús. El Padre sabe, digan esto “Padre nuestro que estas en el cielo…” este evangelio es para leerlo serenamente, como para rezar serenamente el Padre Nuestro, y situarnos cuando nosotros rezamos.

Cuando nos presentamos al Señor la primera actitud es la de un hijo que se acerca a su padre; cuando oren digan esto “Padre Nuestro” lo primero, la situación anterior es que soy su hijo. Debo hacer mi oración de un modo más desinteresado, creo que muchas veces pedimos mirándonos más a nosotros mismos, si estamos pidiendo por mi situación, por mi salud, por mi trabajo por mi familia, por mis amigos.

 La mejor oración es la que termina con esta disposición del corazón. Cuando pedimos a Jesús siempre, cuando pedimos una gracia, tenemos que decir “si es tu voluntad, si para nuestro bien, si esto es para tu gloria. La oración nos va preparando el corazón, nos va haciendo un corazón dócil para aceptar la voluntad del Padre.