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7 de marzo

 

San Mateo 25,31-46

El evangelio de Mateo es exigente. Pone en boca de los protagonistas de su parábola, unas palabras que  sorprenden: ¿Cuándo te vimos enfermo y fuimos a verte? ¿Cuándo te vimos con hambre y no te asistimos?

 Resulta que Cristo estaba durante todo el tiempo en la persona de nuestros hermanos.

Es el mismo Jesús que en el día final será el pastor que divide a las ovejas de las cabras, o sea: será el juez que evalúa nuestra actuación. Jesús se identifica con las personas que encontramos en nuestro camino. De lo hacemos o dejamos de hacer con  los que nos rodean. Es una de las páginas más exigentes de todo el evangelio y además se entiende demasiado.

No podemos poner cara de tontos, o aducir que no lo sabíamos, porque Jesús ya nos avisó. Se nos pone delante el compromiso del amor fraterno como la mejor preparación para participar de la Pascua. Si se nos pide amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos, el evangelio de hoy lo motiva de un modo muy serio. Nos dice Jesús: «cada vez que lo hicieron con ellos, conmigo lo hicieron; cada vez que no lo hicieron con uno de ellos, tampoco lo hicieron conmigo».

Tenemos que ir viendo a Jesús en la persona del prójimo. En la Eucaristía, con los ojos de la fe, no nos cuesta mucho descubrir a Cristo presente en el sacramento del pan y del vino. Nos cuesta más descubrirle fuera de misa, en el sacramento del hermano. Y sobre esto va a consistir la pregunta del examen final. Es bien concreto.

A Jesús a quien escuchamos y recibimos en la misa, es el mismo quien debemos servir en las personas con las que nos encontramos. «Al atardecer de la vida, como lo expresó san Juan de la Cruz, seremos juzgados sobre el amor» Y es un amor concreto: si hemos dado de comer, si hemos vestido al desnudo, visitado al enfermo, en fin, si hemos vivido la caridad fraterna. Al final de todo resultará que eso era lo único importante.