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28 de febrero

 

San Marcos 10, 17-27

Este evangelio nos habla de aquel joven interesado en la vida eterna y se nos  relata  la difícil decisión que deben seguir todos los que quieran ir detrás de Jesús en el camino de la vida. Él invita al hombre que se le acerca a que deje toda su historia, que se libere de todo lo que lo tiene atado y se lance a la aventura de la fe.

Esto que suena simple o fácil no se da de una sola vez. Seguir a Jesús es un camino diario, constante, que solamente quienes puedan o sepan enfocar la mirada en Él podrán transitar y permanecer. Todos los días, usted y yo, necesitamos reencontrarnos con la Palabra que nos da Vida y dejarnos transformar para poder así seguirlo.

Es un camino lento, muchas veces cuesta arriba. Porque nos implica ceder a nuestras maneras de ver las cosas y a cambiar la forma de pensar. Seguirlo a Jesús es asumir que Él sea quién lleva la delantera en nuestras formas de pensar y de obrar. Y eso no es mágico ni se da en un instante. Seguirlo es dejarnos modificar el corazón. Es dejarlo a Él que sea nuestro “norte”, quién nos marque el camino a recorrer.

Obvio que eso da miedo, obvio que debemos ser pobres de alma (Mt 5,3) para poder entrar en el Reino de los cielos que desde ahora podemos vivir YA en la tierra si es que nos dejamos guiar por Él, quién es nuestro Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6).

“Ven y sígueme” nos dice Jesús hoy. No tengamos miedo, Él nos da todo y no nos quita nada. ¿Qué es lo que más te da miedo hoy? ¿Qué es lo que te tiene paralizada o paralizado? ¿Qué tienes que enfrentar que te hace renunciar a tu forma de pensar o de ver las cosas?