San Marcos 9, 41-50
Jesús quiere compartir con nosotros un rato de nuestra vida,
quiere hacérsenos compañero de camino y llegar a nuestro corazón. En este
Evangelio que la Iglesia nos propone, Jesús nos muestra que la opción que hacemos
por Él tiene que comprometer toda nuestra vida de forma radical. Sí nos
decidimos a seguirlo, tenemos que tomar decisiones claras y coherentes: No
podemos servir a dos señores.
Sin embargo, nos puede pasar que nuestra tarea apostólica no
brinde las satisfacciones que desearíamos: los frutos, son más reducidos de lo
que uno esperaba, todo parece tan difícil… O puede pasarnos que el corazón se
nos canse de luchar, porque en realidad se estaba buscando a sí mismo más que
servir, y a veces se cansa de desgastarse en internas, en envidias, en un tire
y hala, en debilidades comunitarias…
Entonces, es posible que comience a apoderarse de nosotros
un nuevo veneno que destruye el entusiasmo. Se llama “asedia”. No es
desesperación, porque no bajamos los brazos, pero ya no tenemos “garra”, no
tenemos pasión, y empezamos a dedicarle poco tiempo a la misión. No es el
cansancio feliz y sereno de quien se ha entregado por amor, sino un cansancio
interior marcado por el desaliento que nos hace ver todo gris.
Pidámosle al Señor que nos libere de esta asedia, que nos
seca por adentro. Que nos ayude a conservar “la dulce y confortadora alegría de
Evangelizar”, para que el corazón no se nos desgarre entre dos señores sino que
sea fiel a Jesús en la misión de hacerlo llegar a todos.