San Mateo 13, 44-46
Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de
Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó
huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron
en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.
Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una
batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a
Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. Estuvo
a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo para el
resto de su vida.
Durante su recuperación, quiso leer novelas de caballería,
que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían
eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés, comenzó a leer y
le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. Se encendió en
deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al servicio de Cristo.
Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo
puedo hacer lo que ellos hicieron”.
Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras
experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre
“Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual y pasó
al profundo goce espiritual, siendo un gran místico.
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a
España, comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran
necesarios los estudios.
Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió
formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540.
Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el que se
comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría sujeto
al Papa.
La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en
contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante
Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para
la única y verdadera Iglesia de Cristo.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la
congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando
colegios y universidades de muy alta calidad académica.
Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar
por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la
Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de
los jesuitas.
Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en
la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556.
Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por
Gregorio XV.
o caritativo en Italia.