San Mateo
13, 47-53
Hoy podemos leer el evangelio en clave de proceso de fe y
maduración personal. No lo queremos referir a personas “buenas y malas”, sino
más bien a las dimensiones “buenas y malas” de mi propia persona, de mi propia
historia y de mi propio corazón.
Porque la
verdad es que los hombres no somos todo bondad o todo maldad absoluta. Por lo
menos es mi experiencia, en la cual si me miro a la luz de la Palabra y examino
mi vida , me doy cuenta que en el fondo de mi corazón hay una guerra a muerte entre el buen espíritu y el
mal espíritu. Bien y mal se disputan una guerra sin cuartel pero en un único
campo de batalla: mi propio corazón.
Por eso es
que la lectura del evangelio es nuevamente la propuesta de Jesús, Dios
derretido en caridad, que nos invita a una profunda conversión de corazón.
Conversión que implica dos dimensiones fundamentales: dejarme amar, sanar y
liberar por el poder de la gracia de Jesús y colaborar con mi esfuerzo y
voluntad para quitar todo lo que responde más bien al mal espíritu y hacer que
Dios lo queme en un fuego ardiente.
Convertirnos
también significa el proceso no sólo por el que empezamos a creer en Jesús,
sino también por el cual vamos, ayudados por su gracia, configurando nuestro
corazón a imagen del Corazón de Jesús, No es sólo empezar a creer. Esa es una
parte. Lo otro es mantenerse cada vez creyendo más y desterrando de nuestro
corazón toda esa dimensión de sombra, de oscuridad, de muerte, de mal espíritu
que no responde al Plan de Amor que Dios piensa permanentemente para mí y para
mis hermanos.
Convertirnos
es también humanizar nuestra vida. Es no poder conformarnos con lo que somos,
sino descubrir una y otra vez la grandeza de la vocación a la que estamos
llamados y poder vivir dándole respuesta.
El “más
allá” del Reino tiene que ver con un “más acá” de la Historia. Por eso, lo que
hago tiene eco de eternidad. Demos un paso más entonces y salgamos de la fe de
chiquitos de pensar en la severidad de un Juicio Final tremendo y terrible en
el “más allá” y pensemos más bien en la posibilidad de abrirnos a la
misericordia de Dios en un “más acá” para poder salir de los engaños del propio
corazón, pasar por alto el miedo y animándonos a la conversión; esa que saca el
buen espíritu y quema todo lo de mal espíritu que quiere reinar en nuestro
corazón. Y amemos. Para que el corazón no se enquiste. Para ser imagen de Dios.
Para ser cada vez más humanos.