San Mateo 8,1-4
Queridos amigos, ya terminando este mes de Junio, se nos
presenta el tema de: la lepra.
Alguien que, en el medio de la multitud, lo sigue a Jesús y
se postra frente a Él le pide que lo cure, que lo purifique.
Jesús no duda ni un instante y extiende su mano y tocándolo,
lo cura, queda purificado al instante: de esa lepra, de esa enfermedad que lo
debe haber acompañado tanto tiempo.
Cuántas veces nosotros, en lo profundo del corazón tenemos
heridas, sí, también, como esta lepra durante bastante tiempo, a veces toda la
vida que, si no nos animamos a presentarle al Señor, como hizo este hombre, que
se acercó y le pidió al Señor, se postró frente a Él, para que lo cure, bueno,
si no tenemos esta actitud, de pedirle al Señor, de suplicarle, de rogarle la
curación… ¡Y, podemos estar toda la vida con eso adentro.
La Gracia de Dios, no importa que sea, cual sea la herida,
cual sea el pecado, aquello que nos detiene, que nos sirve como obstáculo y no
nos permite seguir a Jesús, bueno, eso es lo que el Señor quiere que le
entreguemos.
Pero Dios es tan respetuoso de nuestra libertad, que espera
que nosotros nos acerquemos a Él para pedírselo.
No nos obliga, no nos impone nada, al contrario, para que
esta salvación, esta sanación se de nosotros tenemos que responderle a ese
primer llamado que nos ha hecho, que es un llamado de Amor, a que lo sigamos, a
que trabajemos en su Reino, pero cuando vamos conociendo, descubrimos que
tenemos muchas heridas adentro, temas no resueltos, bueno y eso es lo que hay
que trabajar si queremos seguir creciendo y avanzando como discípulos del
Señor.
Por eso, frente a la imagen de la lepra que nos presenta el
evangelio de hoy, es importante ponernos a rezar. Leer la Escritura nuevamente,
este “pedacito” de la Palabra de Dios, ponernos frente al Señor y ofrecerle
aquellas cosas que nos estorban en la vida, que son obstáculos para acercarnos
al Dios vivo y verdadero.