San Lucas, 22, 14-20
El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés se
celebra en algunos países la fiesta de “Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote”.
Esta festividad tiene sus orígenes en la celebración del
sacerdocio de Cristo que se realiza en la Iglesia desde siempre, pero que en
algunas localidades o diócesis, cobró una forma particular al dedicársele un
día del año en particular. Después de la reforma litúrgica del Concilio
Vaticano II la fiesta de Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote se ha ido haciendo
mas popular.
En algunas diócesis de estos países se le denomina “Jornada
por la santificación de los sacerdotes”.
Identificados con Él por el bautismo, nosotros somos
salvados y podemos ayudar a salvar. Lo hacemos cuando ejercemos nuestro propio
sacerdocio aceptando la dependencia y solidaridad con los demás, trabajando a
su lado, sufriendo y alegrándonos con ellos, diciendo: «Aquí estoy, mándame».
En el envío no estamos solos. Jesús suplica al Padre por la
santificación de los suyos en orden a la misión. Ruega para que sean el nuevo
pueblo santo, consagrado a Dios. Pide que los guarde en la irradiación de su
propia santidad, bajo su protección. Para la Iglesia en su conjunto y para cada
miembro, pide que cada uno de los suyos conozca a Dios. La Misión de la Iglesia
es conservar y proclamar el verdadero conocimiento del Padre y el mandato de su
Hijo.
La fiesta de hoy celebra también el sacerdocio de todos los
ministros ordenados que sirven al pueblo de Dios. Lo destacan bien las
oraciones de la misa y el prefacio que se propone. Es un día de oración por la
santidad de todos los sacerdotes para ayudarles, aun con sus debilidades y
caídas, a ser cada día mejores instrumentos en su servicio de mediación entre
Dios y la humanidad.