San Lucas 16,19-31
Seguimos caminando este tiempo de cuaresma y nos encontramos
hoy con este relato del Evangelio en donde Jesús nos habla de la figura de dos
personas: una tiene nombre propio y es
el pobre Lázaro; y otro es una persona rica, un rico de la época de Jesús.
Lo cierto es que tres características fundamentales son las
que tiene Lázaro en su vida: la primera
es que estaba tirado a la puerta del rico. Es decir, que no tenía un lugar
ganado, no tenía un lugar propio, no tenía un lugar específico en la sociedad,
sino que era un marginal, un sobrante, una persona que estaba a expensas de la
vida de otra y que -sin poder acomodarse- había buscado refugio en lo que van
hacer las migajas de la persona que vive en la casa.
Que se relaciona con el segundo punto: es una persona que no solamente vive en la puerta,
sino que come lo que sobra. Para decirlo de una manera real: que come lo que el
rico tira, lo que al Rico le sobra. Porque en su superabundancia ya no usa, ya
no necesita, ya no precisa y saca de la casa. Y entonces ahí cuando Lázaro
aprovecha para satisfacer alguna de sus necesidades: en saciar un poco su
hambre saciar su sed.
Pero también sucede sin embargo lo peor que sufre el pobre
Lázaro: no es sólo estar tirado a la
puerta y no es sólo comer las sobras del rico sino pasar inadvertido.
Es una característica muy propia también de esta sociedad en
estos días de hoy: esto de que muchas personas parece que son invisibles.
Parece que nosotros pasamos de largo, parece que incluso muchas veces no los
queremos ni mirar y de a poco se van confundiendo con el paisaje y de a poco se
confunden con las paredes, con los callejones, con las avenidas y nos olvidamos
incluso que son seres humanos
Y lo tercero también que tiene que ver con esto es el
“triunfo del prejuicio”: uno inmediatamente piensa en el pobre Lázaro y se
imagina: “algo habrá hecho…”; “alguna decisión tomó en su vida que lo llevó a
estar determinada manera…” Y nos olvidamos de que todo eso algo parcial; que no
es del todo importante a la hora de ponernos a pensar la realidad de nuestra
vida y del sufrimiento sobre todo de nuestros hermanos.
En esta cuaresma que muchos hermanos no pasen inadvertidos o
indiferentes ante nuestra mirada y que podamos vencer el prejuicio. Que no nos
hagamos la pregunta de “qué pasa si lo toco”: qué pasa si hablo, qué pasa si
tengo un gesto de ternura o de misericordia con esa persona porque seguramente
me voy a sorprender.
Dejémonos sorprender por la misericordia, la ternura y por
la grandeza de un Dios que no se deja ganar en generosidad.