San Mateo 20,17-28
En este evangelio vemos que Jesús anuncia por tercera vez su pasión y vemos
como la madre de los Zebedeos intercede pidiendo para sus hijos buenos puestos.
Que en el reino a Juan y a Santiago los ponga en un buen lugar. Esta es una mirada miope, corta, de los discípulos y de
la mamá de los Zebedeos, y también los otros diez, dice el texto, se indignan.
Esto no tiene que
sorprendernos porque muchas veces puede pasarnos a nosotros, y
algunos creen que por estar cerca de Jesús o ser
cristianos "merecen ciertos
privilegios". Muchas veces escuchamos esto: "No hay derecho a sufrir
esto porque es tan bueno y tan cristiano" o "no es justo que sufra
así porque es tan cristiano o tan cristiana" o esperamos ser reconocidos o
ser tenidos en cuenta. Muchas veces parece que ser cristiano da ciertos
derechos frente otros o evitar ciertos sufrimientos por ser seguidores de
Jesús.
Sin embargo, el evangelio nos recuerda que nuestro camino
debe ser el camino de Jesucristo, y beber el cáliz nos lleva esta expresión a
vivir la pasión de Jesús, que es vivir el servicio como Él lo vivió. No podemos
olvidar que el modo de pastorear y guiar
o la responsabilidad será siempre sinónimo de servicialidad. Y se sirve de
verdad cuando se ama, y así lo experimentamos, cuántos gestos en nuestra
familia hemos recibido servicio de nuestros padres, porque nos aman. O la
autoridad se gana haciéndose servicio, haciéndose ofrenda porque se ama.
Vamos a pedirle a Jesús que nos ayude a amar y a servir como
Él, que podamos poner nuestra vida al servicio de la vida, hasta el sacrificio
de nosotros mismos por amor, porque a esto nos invita el Señor. A sus
servidores la autoridad evangélica siempre se da, no como la del mundo, sino
una autoridad que se pone al servicio y que se olvida a sí mismo justamente por
amor como lo hizo Jesús.