San Juan 8,51-59
En estos
días vamos terminando de preparar el corazón para entrar en la más importantes
y grandes de las semanas que es la Semana Santa
Y me parece
clave en esto de poder preparar el corazón y fortalecerlo, meditando sobre el
primero de los versículos de este fragmento del Evangelio. Es una especie de
pedido y de sana exigencia el que hace Jesús a hablar con los judíos. “El que
es fiel a mi palabra, no morirá jamás”.
Es decir,
hay una insistencia de parte de Jesús que nos invita a ser fieles. Uno podría
preguntarse de qué manera se puede ser fiel; en qué consiste esto; cómo es que
se vive.
Pero hay una
promesa: “no morirá jamás”. En esto estamos todos de acuerdo en que no se
refiere a la muerte natural a la que estamos todos sometidos. Nadie se escapa
de esta. Se refiere más bien a una muerte de carácter más bien existencial e
integral: no se llevará muerte de este mundo al Reino definitivo. No habrá
muerte eterna.
¿Y
entonces...? ¿Qué significa ser fiel? El pedido de Jesús se ve también como
coherencia de su vida: en el momento en que empieza a entender que no le queda
otra que morir por amor, Jesús pide que seamos fieles.
Esto de la
fidelidad cuesta. Porque nos cuesta seguir a Jesús.
Es
interesante, porque Jesús no pide que se hagan cosas extraordinarias, grandes,
magníficas. No. Nada de eso. Pide que le seamos fieles.
Y uno es
fiel, cuando hay amor. Cuando el amor se termina, la tentación es la
infidelidad. Cuando el corazón deja de ser por entero de la persona amada, uno
empieza a llenarse el corazón de otros amores.
De la misma
manera, Jesús nos pide esta coherencia, exigida desde el amor. Podemos entonces
hacer memoria a lo largo de todo este tiempo de cómo me ha amado Dios. Cómo
experimenté el amor de Jesús en mi vida. Cómo descubro que el Amor con el que
Dios me ama es un Amor Incondicional que no va a cambiar nunca