San Juan
5,31-47.
El evangelio
de hoy nos regala este largo diálogo que se viene suscitando entre Jesús y los
judíos de su época. Jesús en este texto va a dar innumerables testimonios que
hablan a favor de Él como verdadero Mesías y como verdadero Hijo de Dios. Y hay
una parte que me resulta de particular singularidad que dice “(las escrituras)
dan testimonio de mí y sin embargo ustedes no quieren venir a mí para tener
vida”.
Me parece
que es muy interesante este reproche que le hace Jesús a los judíos de su
época: el no querer ir a Él para tener vida. Y trasladándolo a nuestros días y
aplicándolo a nuestra vida cotidiana nosotros podemos pensar: “nosotros sí
queremos ir a Jesús y queremos tener vida”.
Claro, uno
puede pensar también qué significa esto que está diciendo Jesús y que significa
en definitiva tener la misma vida que Jesús o tener vida según el espíritu que
anima la misión de Jesús en el mundo. Yo creo que la primera característica de
la vida en Jesús pasa porque está centrada en Dios. Una de las características
fundamentales que tiene Jesús es que la permanente referencia que Él hace, la
hace hacia el Padre. Él se siente enviado. Es decir, el centro del universo no
está puesto en Él sino está puesto en el Padre que lo envió. Él realiza obras y
signos que en definitiva van a revelar el rostro del Padre. Es decir, Jesús
entiende que hay alguien que es más importante que Él. Y ese es el Padre.
Entonces
nosotros podemos pensar en nuestra vida que tener vida en Jesús significa salir
nosotros el centro. Muchas veces andamos por la vida pensando que lo nuestro es
lo mejor, que es lo más importante, o es lo único que merece la atención y de a
poco nos vamos poniendo en el centro. Y muchas veces no nos damos cuenta y
cuando nos despertamos y tomamos conciencia nos damos cuenta que hicimos de
nuestro mundo el centro del universo. Y desaparecen entonces Jesús, los
hermanos, los que pasan verdadera necesidad
Lo segundo
que me parece también fundamental es que la vida en Jesús por tanto es una vida
que nos reintegra de alguna manera, nos devuelve la dignidad que tenemos de ser
verdaderamente Hijos de Dios. Nuestro mérito más grande en la vida, nuestra
dignidad más bonita que podemos tener, lo más grande que nos puede pasar a
nosotros es justamente esto. Nunca perder de vista eso. ¿Qué es lo más grande
que me puede haber pasado en la vida? Ser hijo de Dios, tener la vida de Jesús,
vivir también animado por el Espíritu Santo.
No seamos
como los judíos del evangelio sino que seamos varones y mujeres de fe que se
animan a creer en Jesús por seguir entregando su misma vida: una vida que se
descentra, una vida cuya dignidad más linda es la de ser hijos e hija que Dios,
una vida que por tanto entiende que su razón de ser más profunda y más íntima
es la de ponerla al servicio de aquellos que más necesitan de la ternura y de
la misericordia de Dios.