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4 de enero


 San Juan 1, 35-42

El texto de hoy es apasionante. Tiene su nudo y su centro en la pregunta de Jesús y en la respuesta-pregunta de los discípulos: “¿Qué quieren?”; “¿Dónde vives?” Me lo imagino como un momento cargado de tensión en el ambiente del diálogo. Lo cierto es que se resuelve no en palabras, sino en hechos, es decir, los curiosos discípulos van a ver dónde vive Jesús.

Esto es lo paradigmático además del relato: ¡no se nos describe ni una palabra acerca de dónde vive Jesús! Lo cierto es que aquellos anhelantes buscadores de sentido encontraron algo que marcó tanto su vida que hasta le pusieron hora: las cuatro de la tarde. Hora más que simbólica, dado que en la antigüedad era cuando terminaba la jornada de trabajo y empezaba la tarde-noche. La hora del descanso. El tiempo del reposo. El ir haciendo síntesis del día vivido. Hasta ese momento se quedaron los discípulos.

¿Qué habrán visto? ¿Qué fue lo que los cautivó tanto? ¿Cuál habrá sido el hecho decisivo por el cual decidieron quedarse y proclamar a Jesús como Mesías? No lo sabemos. Lo cierto es eso. No lo sabemos.

Y esto nos hace pensar a nosotros inmediatamente en nuestra propia vida. ¿Dónde vive hoy Jesús? Creo que es una de las grandes preguntas que nos podemos hacer. A Jesús, hoy, ¿dónde lo encuentro? Y la pregunta dispara para varios sentidos. ¿Dónde vive Jesús en el mundo? ¿Dónde vive Jesús en la Iglesia? ¿Dónde vive Jesús en mi vida de todos los días? ¿Dónde vive Jesús en la vida de tantos hermanos que caminan conmigo? ¿Cuáles son los “lugares” donde me encuentro con Jesús?

Una de las tantas respuestas que me animo a dar es que Jesús está donde está la Vida, ábrale a Jesús las puertas de tu vida y de tu corazón. Descubrí donde vive. Y después, ama con locura. Esa misma que llevó a los discípulos a quedarse con Él hasta las cuatro de la tarde; esa misma locura que se entrega en la Cruz, para que todos tengamos Vida y Vida eterna.