Juan 2, 13-22
Celebramos hoy una fiesta rara, desconocida para nosotros.
La dedicación de la basílica de Letrán.
El 9 de noviembre del año 324 los cristianos, después de las
persecuciones, dedicaron a el Salvador esta primera iglesia. Es como la
parroquia del Papa y se la considera la madre y cabeza de las iglesias de todo
el mundo cristiano. Es signo de unidad en la misma fe, símbolo de la primera
piedra, Cristo Jesús, todos conectados al único Salvador.
Jesús visitaba el templo, la sinagoga, con frecuencia.
Recién nacido fue presentado en el templo. Jesús subía cada año a la casa de
oración siguiendo la tradición de sus mayores. A los doce años se perdió en el
templo “porque debía ocuparse de las cosas de su Padre”.
El evangelio de hoy nos recuerda que Jesús hizo un látigo y
expulsó del templo a todos aquellos traficantes que lo habían convertido en una
“cueva de ladrones”.
Este enojo del Señor vale también para hoy.
Todos los templos, incluido el nuestro, tienen que ser
lugares santos, casa de oración, ámbito del encuentro con Dios, sitio para
pedir perdón y celebrar su amor, y ser enviados a transformar el mundo.
Venir aquí es aceptar la invitación de Dios a ser sus
invitados de honor.
Jesús defendió con valentía el honor del templo, pero les
dijo algo que no entendieron: “Destruyan este templo y en tres días lo
reedificaré”. San Juan nos aclara el enigma: “Se refería al templo de su propio
cuerpo”.
Nuestros templos son hermosos y necesarios. Dios quiere
habitar en ellos, aunque no cabe en ningún lugar.
El verdadero templo, el único lugar del encuentro con Dios
es Jesucristo. Él es el templo. Él es el rostro visible de Dios. Él es el
sacramento del encuentro con el Padre. Él es el que vive y nos hace vivir
cristianamente. Cristo nos convierte también a nosotros en el templo del
Espíritu.
No se puede ser cristiano en solitario. La comunidad de los
creyentes somos la iglesia, el cuerpo de Dios quiere que celebremos a
Jesucristo, el Señor, todos juntos, en familia.
El domingo, día del Señor, día de la cita en la casa de
oración, día de descanso, somos invitados, los padres y los hijos, los amigos y
los enemigos, a celebrar el amor y la reconciliación y a formar juntos el gran
templo, el mejor templo, el cuerpo de Cristo vivo y vibrante y signo para todos
de la presencia de Cristo en medio de nosotros.