San Lucas 8, 1-3
Una de las
figuras que Jesús usa para referirse a los sacerdotes, y de alguna manera a
todos los cristianos, es la de pastores. Pastores que cuidan el rebaño que les
fue confiado.
Así, un sacerdote es pastor de la gente de sus
actividades pastorales, un padre es pastor de sus hijos, una persona es pastor
de sus amigos y conocidos. Pero a la figura del pastor le falta algo que tiene
otra figura usada por Jesús: la de pescadores.
Mientras que
los pastores cuidan sus ovejas, y nada más… los pescadores no cuidan su rebaño
de pescaditos, sino que tienen que salir a buscarlos. Pescar es eso: ir a la
búsqueda de algo que no tengo, y que no sé si llegaré a alcanzar.
En el
Evangelio de hoy nos encontramos con que Jesús recorría las ciudades y los
pueblos, predicando. Un Jesús que no se queda en su pueblo, con su familia y
sus amigos.
Un Jesús que sabía que mucha de la gente que
iba a escucharlo buscaba algo diferente de lo que él quería darles. Que muchos
iban a estar cerrados a sus palabras. Y muchos otros se iban a reír, burlar o
enojar con lo que él decía.
Pero Jesús
no tiene miedo. Camina, predica, anuncia. Y no sólo eso: lleva en su compañía a
sus ovejitas. Les muestra, les enseña que si ellos no comparten con cualquiera
esa Buena noticia… algo les va a faltar.
Desde sus historias de haber sido salvadas,
cada una de estas personas está llamada a compartir esa alegría, ese amor, esa
salvación, con los demás.
– Fíjate si
hoy podes compartir con alguien la alegría más linda que te regaló Jesús.