San Lucas 2, 33-35
Hoy, 15 de
septiembre, un día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la
Iglesia conmemora a Nuestra Señora de los Dolores. De alguna manera, la
sucesión de ambas efemérides es una invitación a meditar en torno al misterio
del dolor que unió las vidas de Jesús y María para redención del género humano.
Meditar en los dolores de la Madre nos ayuda a comprender mejor los dolores de
Cristo, a acercarnos a su Santísimo Corazón, y a dejarnos transformar por el
amor sacrificial.
La devoción
a la Virgen de los Dolores -también conocida como la Virgen de la Amargura, la
Virgen de la Piedad o, simplemente, la Dolorosa- viene desde antiguo. Puede
remontarse hasta los orígenes de la Iglesia, cada vez que los cristianos
recordaban los dolores de Cristo, siempre asociados a los de su Madre María.
Sin embargo, la advocación a Nuestra Señora de los Dolores (Mater Dolorosa)
cobra forma e impulso recién a partir de finales del siglo XI. Décadas después,
para 1239, en la diócesis de Florencia,
(Orden de frailes Siervos de María) destinaron el 15 de septiembre para
celebrar a la Virgen dolorosa; día que quedaría oficializado a inicios del
siglo XIX (1814) por el Papa Pío VII, quien le concedió el rango de fiesta.
Esta hermosa
devoción ha sido alentada por muchos santos a lo largo de la historia, con el
patrocinio directo de la Santísima Madre de Dios, como a santa Brígida, San Alfonso María de Ligorio (1696-1787) se cuenta
también que Jesucristo reveló a Santa
Isabel de Hungría que Él concedería cuatro gracias a los devotos de los dolores
de su Santísima Madre.
Madre,
déjanos acompañarte en tu dolor y alivia con tu ternura los nuestros.
Nuestra
Señora de los Dolores, ruega por nosotros.