San Mateo
13,1-9
Hoy
meditamos de nuevo está parábola hermosa del Sembrador, en ella podemos
descubrir el corazón de Dios y el de cada uno de nosotros: Salió el sembrador a
sembrar y, encontró a gente como nosotros… Porque por si no nos hemos dado
cuenta, nosotros, somos campo y sembradores a la vez. ¿Que…cómo puede ser?
¡Somos terrenos en los que se siembra y sembradores a la vez…!
Desde el día
de nuestro Bautismo, el Señor, puso en nosotros la semilla de la fe… Y con el
paso de los años, en el campo de nuestra vida, el Señor ha ido depositando, una
y otra vez, la semilla de su amor, de su Eucaristía, del Sacramento de la
Reconciliación…
Pero, como
en los campos castigados por la sequía o la mala hierba, también con nosotros
ocurre algo parecido: pero dejamos malograr aquello que Dios depositó en lo más
hondo de nosotros.
¿Qué tal va
lo que sembré en ustedes? Nos pregunta el Señor. Que ¿qué tal va, Señor? ¡Aquí
nos tienes! Lo intentamos; queremos ser de los tuyos, pero ¡nos cuesta tanto!; llenos
de proyectos, de ilusiones, de ganas, pero muy incoherentes
¿Y cómo va
la siembra? ¡También con muchas angustias Señor!: tenemos la impresión de que
“trabajamos demasiado y muchas veces recibimos mala paga” ¿para qué tantos
esfuerzos, tantos sacrificios sin recompensa…?
Y entonces,
la parábola del sembrador nos regala una luz especial:
“El
Sembrador arrojó la semilla al borde del camino, entre las piedras, entre las
espinas y en tierra buena…” El aprendiz de sembrador “a lo Dios” no elige el
terreno… No decide cuál es el terreno bueno y cuál es el desfavorable, cuál
apto y cuál menos apto, cuál del que se puede esperar algo, y cuál por el que
no vale la pena esforzarse… sólo siembra… todos los días… con buen o mal
tiempo.
Tenemos que
ser capaces de arriesgar la semilla por todas partes… porque no sabemos la
fuerza, el poder oculto que tiene la semilla que sembramos con amor en el
corazón de los demás…
Además
¿Saben una cosa? Es hermoso aprender a hacer numerosos gestos aparentemente
“inútiles” … sólo por amor… sabemos que esa semilla en su momento y tiempo
seguro dará su fruto sin darnos cuenta.
Por una parte, le pedimos al Señor que la semilla de su amor crezca con fuerzas en el terreno de nuestro corazón. Y por otra parte sembremos siempre y en todas partes las semillas de gestos de amor.