San Mateo 1, 16.18-21-24
San José tuvo el privilegio de ser esposo de María, de criar
al Hijo de Dios y ser la cabeza de la Sagrada Familia. Es patrono de la Iglesia
Universal, de muchísimas comunidades religiosas, instituciones y países, y de
la ‘buena muerte’.
"José, hijo de David, no temas recibir a María, tu
esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará
a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados" (Mt. 1, 20-21), dijo el ángel en sueños a San José, justo
varón.
San José es conocido como el “Santo del silencio” porque no
se conoce palabra pronunciada por él, sin embargo sí conocemos sus obras, su fe
y amor, los que influenciaron en Jesús y en su santo matrimonio.
Dice una hermosa tradición popular que doce jóvenes
pretendían casarse con María y que cada uno llevaba un bastón de madera muy
seca en la mano. De pronto, cuando la Virgen debía escoger entre todos ellos,
el bastón de José milagrosamente floreció. Los ojos de María, entonces, se
fijaron en él. Por eso se le representa con un bastón o vara florecida en las
manos.
Junto a Santa María, San José sufrió las vicisitudes que
rodearon el nacimiento del Mesías, en especial que no los quisieran recibir en
Belén la noche en que su amada esposa dio a luz. El Hijo de Dios, que fue
encomendado a sus cuidados, tuvo que nacer en un establo y, a los pocos días,
ser llevado fuera del país, rumbo a Egipto. Nada parecía seguro en la forma
como su Hijo llegaba al mundo, todo lo contrario: José tuvo que encabezar la
huida de la familia, como si hubiese cometido una falta o un delito, cuando lo
único que quería era poner a Jesús a buen recaudo, lejos de la mano asesina de
Herodes. Y con toda esa inseguridad, el buen José obedeció a Dios en todo y
confió enteramente en la Providencia.
Como era un carpintero, no pudo darle lujo alguno a Jesús y,
por el contrario, tuvo que hacerlo convivir con la pobreza. Sin embargo, el
tiempo que le dedicó para atenderlo y enseñarle su profesión fueron más que
suficientes para que el Señor conociera el cariño y la guía de un padre. Nada
se guardó para sí, y todo lo dejó por Él. José supo comprender a su Hijo cuando
su misión lo apremiaba, como aquella vez que se extravió y lo encontró
enseñando en el templo. Hasta en eso José fue desprendido y generoso.
Los mejores años de su vida los pasó en contacto directo con
Dios, ¡conviviendo bajo el mismo techo! ¡Cuántas veces su mirada debe haberse
cruzado con la de Jesús! ¡Cuántas veces debe haberse quedado contemplando la
grandeza de Dios en ese Jesús niño o adolescente mientras iba creciendo.
¡Cuántas veces deben haber hablado y compartido experiencias! Y es que Dios, en
su humildad infinita, se dejó educar mansamente por José, mientras Él, Jesús,
educaba a su propio padre en la tierra con sus palabras y sus gestos.
Hay mucho de maravilloso y ejemplar en San José para
cualquier padre que quiera amar como Dios manda. Sin embargo, por ahora habrá
que resaltar un último punto: San José es el Patrono de la buena muerte porque
tuvo la dicha de morir acompañado y consolado por Jesús y María.