San Mateo 7,7-12
Vamos a seguir en este día a lo que dice San Crisóstomo, que
hace un comentario a esta Palabra del evangelio, es un texto en el cual Jesús con mucha
contundencia nos dice que el rezar no es una cuestión de lotería, sino que Dios
siempre da al que pide, al que pide bien. Nos dice San Juan Crisóstomo:
"La oración es un arma poderosa, un tesoro
indefectible, una riqueza inagotable, un puerto al amparo de las tempestades,
un depósito de calma; la oración es la raíz, la fuente y la madre de bienes
innumerables… Pero la oración de la que hablo no es mediocre, ni negligente; es
una oración ardiente, surge de la aflicción del alma y del esfuerzo del
espíritu. He aquí la oración que sube hasta el cielo… Escucha lo que dice el
escritor sagrado en el salmo: " grité al Señor cuando estaba angustiado, y
me libró".
El que reza así en su angustia podrá, después de la oración,
gustar en su alma una gran alegría… Por "oración" entiendo, no la que
es solamente con la boca, sino la que brota del fondo del corazón. Así como los
árboles cuyas raíces se hunden profundamente no se quiebran ni arrancan, aunque
el viento desencadene mil asaltos contra ellos, porque sus raíces están
fuertemente arraigadas en las profundidades de la tierra, lo mismo las
oraciones que salen del fondo del corazón suben al cielo con toda seguridad y
no se devuelven por ningún pensamiento de falta de seguridad o de mérito. Por
eso el salmista dice: "Desde lo hondo a ti grito, Señor" (Sal. 129,1)
…
Después San Juan Crisóstomo nos hace ver como cuando
nosotros compartimos nuestras dificultades con nuestros amigos, compañeros se
nos aligera la carga. Dicen que la carga compartida se aligera y que las
alegrías compartidas se multiplican. Entonces él después lleva esto a ¿qué pasa
cuando nosotros compartimos con Dios nuestros sufrimientos, nuestros pesares y
dolores? Él llena nuestro corazón de alivio y consuelo, nos sentimos
acompañados y contenidos por Dios.
Por eso es una invitación preciosa de Jesús a no bajar los
brazos en la oración, así como Moisés cuando estaba la lucha mantenía los
brazos en alto y vencían, de esa misma manera nosotros no dejemos caer nuestros
brazos (como signo de la oración) para que realmente seamos bendecidos por
Dios. Esto que Jacob decía en la lucha con Dios: "No te soltaré hasta que
me hayas bendecido". Este es el camino que debemos seguir los creyentes,
no abandonar a Dios, constantemente rezar para que Dios nos bendiga y nos de
aquello que sabemos que es bueno y que el quiere darnos.