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21 de febrero

 

San Marcos 9, 14-29

Quiero invitarlos a meditar en torno a tres palabras claves que encontramos en el Evangelio que nos ofrece la liturgia de hoy: Fuerza, Fe y Oración.

Primera palabra, Fuerza. En más de un sitio, encontramos que Jesús envió a sus discípulos con la misión específica de curar, de sanar enfermos, de imponer las manos, resucitar muertos, exorcizar endemoniados, etcétera.

En el Evangelio de hoy, parecen no haber tenido mucho éxito. Y, entonces, es necesario recurrir al mismísimo Jesús para que sea Él quien opere el milagro. Ya en esta sencilla constatación aprendemos algo vital: el que sana y cura es siempre Jesús.

Segunda palabra, Fe. Hoy, además, el Evangelio nos regala otro dato vital para nuestra vida de creyentes, la importancia de la fe. Jesús no cura para suscitar fe en los enfermos y demás testigos del hecho, sino que cura, en muchos casos, como respuesta a la fe de las personas. Lo primero, entonces, para sanar heridas viejas y enfermedades recurrentes, es la fe. Lo primero es la fe. Es a partir de la fe que todo lo demás se nos regala por añadidura.

Ahora bien, qué hermosa es la respuesta del padre del enfermo, en este caso. Pocos han acertado en el Evangelio al reconocer de manera tan sincera su necesidad más profunda: “Señor, creo. Pero ayuda a mi poca fe.” Cuántas veces no debiéramos también nosotros caer de rodillas ante el Santísimo y reconocer que, si bien creemos, es necesario a diario que el Señor robustezca y acreciente nuestra fe. De ahí aquellas palabras de Cristo: “Si tuvieran Fe como un grano de mostaza, cuántas cosas serían posibles.” Sí, Señor. Sabemos. Moveríamos montañas. Pero, Señor, necesitamos, también hoy, que aumentes nuestra poca fe. Aquí tenemos unas muy buenas preguntas para nuestra meditación de hoy.

Ante mis enfermedades y heridas, ante mis demonios y necesidades, ¿recurro a la fuerza sanadora y liberadora del Señor? ¿Cómo está, finalmente, mi fe en Cristo?

Tercera palabra, Oración. En este sentido, Jesús mismo nos da la clave, también en el Evangelio de hoy, de cómo es posible aumentar nuestra fe, cuando nos llama a la oración. Dice el Señor que esta clase de demonios, los que nos llevan a la sordera y la mudez, sólo son posibles de vencer con la oración. Qué tremenda revelación esta del final: ” ¿Quieres vencer tu mudez, quieres vencer tus sorderas? Comienza por abrirte al diálogo y la comunicación con Dios.” No nos dejemos, entonces, vencer por el demonio de la incomunicación con Dios. Ese es el peor demonio que puede llegar a nosotros. De ahí, de la falta de Oración, de la falta de diálogo y comunicación con Dios es que se siguen todos los otros males.

 Nunca será poco el empeño que pongamos en vivir una vida intensa y cotidiana de oración. Sólo a partir de la oración podremos, entonces, sanar nosotros y sanar a otros.