San Mateo
25,31-46
El evangelio
de Mateo es exigente. Pone en boca de los protagonistas de su parábola, unas
palabras como quien se sorprende: ¿cuándo te vimos enfermo y fuimos a verte?
¿cuándo te vimos con hambre y no te asistimos? Resulta que Cristo estaba
durante todo el tiempo en la persona de nuestros hermanos.
Es el mismo
Jesús que en el día final será el pastor que divide a las ovejas de las cabras,
o sea: será el juez que evalúa nuestra actuación. Jesús para la caridad que
debemos tener hacia el prójimo da este motivo: él mismo se identifica con las
personas que encontramos en nuestro camino. Hacemos o dejamos de hacer con él
lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean. Es una de las páginas
más exigentes de todo el evangelio y además se entiende demasiado.
No podremos
poner cara de tontos, o aducir que no lo sabíamos, porque Jesús ya nos avisó.
Se nos pone delante el compromiso del amor fraterno como la mejor preparación
para participar de la Pascua. Si se nos pide amar a los demás como nos amamos a
nosotros mismos, el evangelio de hoy lo motiva de un modo muy serio. Nos dice
Jesús: «cada vez que lo hicieron con ellos, conmigo lo hicieron; cada vez que
no lo hicieron con uno de ellos, tampoco lo hicieron conmigo».
Tenemos que
ir viendo a Jesús en la persona del prójimo. En la Eucaristía, con los ojos de
la fe, no nos cuesta mucho descubrir a Cristo presente en el sacramento del pan
y del vino. Nos cuesta más descubrirle fuera de misa, en el sacramento del hermano.
Y sobre esto va a consistir la pregunta del examen final. Es bien concreto.
A Jesús a
quien hemos escuchado y recibido en la misa, es al mismo a quien debemos servir
en las personas con las que nos encontramos. «Al atardecer de la vida, como lo
expresó san Juan de la Cruz, seremos juzgados sobre el amor» Y es un amor
concreto: si hemos dado de comer, si hemos vestido al desnudo, visitado al
enfermo, en fin, si hemos vivido la caridad fraterna. Al final de todo
resultará que eso era lo único importante.