San Mateo 22, 34-40
El evangelista nos habla hoy de la principal regla del
cristiano: Amar a Dios y amar al prójimo. Para poner en práctica este
mandamiento, lo primero que tenemos que hacer es amarnos a nosotros mismos,
porque quien no se ama así mismo es incapaz de darse a los demás e incapaz de
descubrir a Dios en el prójimo. Aunque hay que decir que lo que verdaderamente
nos ayuda a amarnos a nosotros mismos es el sentirnos amados incondicionalmente
por Dios.
La Sagrada Escritura nos enseña que el amor a Dios no puede
separarse del amor al prójimo, lo dice San Juan: “Quien no puede amar a su
hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve”.
Por nuestras propias fuerzas es imposible amar a nuestro
prójimo como a nosotros mismos, o mejor dicho, como deberíamos amarnos a
nosotros mismos, porque no siempre nos amamos bien. San Pablo nos dice que amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, este amor es el que nos
capacita para amar a nuestro prójimo.
“Ama y haz lo que quieras. Si callas, calla por amor; si
hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por
amor…¡Señor que esté en mí la raíz del amor, porque de esa raíz no puede brotar
sino el bien” (San Agustín).
Hoy celebramos a dos santos de la iglesia a San Juan Eudes y
a Ezequiel Moreno, ambos tenían un profundísimo amor a Dios, y esto lo
mostraron en su gran caridad hacia el prójimo, especialmente en los más
necesitados.