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4 de febrero

 

San Marcos 6, 14-29

El evangelio de hoy tiene como protagonista a Juan el Bautista, figura admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De Juan aprendemos sobre todo su rectitud de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.

Juan Bautista muere como profeta mártir. Su denuncia del mal, sin miedo al enfado de los fuertes, de Herodes, le trajo la muerte. Por eso Juan quedará en el recuerdo del pueblo como profeta coherente que lleva su misión hasta el final sin cobardía. La muerte es su compañera esperada, su corona y su triunfo.

Nosotros, tal vez, no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe.

Los hombres de nuestro tiempo no quieren más maestros, lo que necesitan son testigos que les demuestren con sus obras  lo que dicen con sus palabras. Por ello la vida y la muerte de Juan el Bautista es toda una invitación para la Iglesia, para las comunidades cristianas: a la fidelidad, la perseverancia, al martirio si es preciso.