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6 de enero

 

San Lucas 4, 14-33

En el Evangelio de hoy, San Lucas nos cuenta que Jesús vuelve a Nazareth donde se había criado. Jesús entra el sábado en la sinagoga como de costumbre para hacer allí la lectura. Le presentan el libro del profeta Isaías en el capítulo  61. Y así, proclama el texto tan conocido por nosotros: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la Unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Y nos dice Lucas, que todos los ojos estaban fijos en él.

Lo maravilloso de éste texto es que éstas palabras tienen un sentido que sobrepasa el momento histórico en que fueron pronunciadas. Además, todas las palabras del Evangelio tienen una actualidad eterna. Son eternas porque han sido pronunciadas por el Eterno, por el Hijo de Dios. Y son actuales porque Dios hace que se cumplan en todos los tiempos.

 La palabra «hoy» significa que las Escrituras se cumplen también en el tiempo de la Iglesia, que es la continuación de Cristo en la historia. Porque la salvación de Cristo no es un acontecimiento pasado y ya caduco, ni tampoco un acontecimiento futuro que esperamos todavía, sino un acontecimiento actual.

 La palabra «hoy» anuncia que la Palabra de Cristo, el Evangelio, actúa con toda su eficacia, en aquellos hombres y mujeres que la escuchan con fe y se dejan conducir por ella. El pasado ya no está, el futuro vendrá, lo único que tengo en mis manos es el presente, el hoy.

La Escritura se ha cumplido en Jesús, en el Hoy de Jesús. Jesús, resucitado, continúa caminando en medio de la humanidad, especialmente entre los pobres con la buena noticia, anunciando la liberación a los cautivos y en la curación de los ciegos, como luz del mundo, dando libertad a los oprimidos y proclamando el año de gracia del Señor. 

Cuánta esperanza brinda al mundo el cristiano que pone su mirada en Jesús, y nunca pierde la capacidad de asombro ante el amor de Dios, como las personas del Evangelio.

Pidamos a Jesús, el Ungido del Padre, en este día, el Espíritu Santo nos mueva a sentirnos enviados a compartir nuestra fe y a iluminar el mundo con nuestro deseo de ser santos, de modo que el mundo crea que él nos ha enviado.