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09 de octubre

 


San Lucas 11, 27-28

 Vemos en el evangelio que una mujer le dice a Jesús. Dichoso el vientre que te llevó. Un hermoso piropo dirigido a la Madre de Jesús, que este parece rechazar poniendo delante de la madre a todos los que escuchan la Palabra y la cumplen.

Me uno a esa mujer en su alabanza a la madre de Jesús, la mujer que le crio, le enseñó a relacionarse con otros, educó su corazón para ser tan compasivo y fue la primera en hablarle de Dios y de la oración. Recuerdo que es también mi madre.

Me maravillo ante el poder de la respuesta de Jesús. La grandeza de María viene de su apertura y obediencia a la palabra de Dios. Le pido que me ayude a ser parecida/o a ella en esto.

 

Un aparente rechazo que implica una mayor alabanza. ¿Quién ha escuchado la Palabra de Dios y la ha cumplido tan al pie de la letra que la ha encarnado, que la ha hecho hombre?

 

Cuando Jesús dice que mejor los que escuchan la Palabra y la cumplen, no puede tener en mente otra cosa que a su madre. Ella es la que ha escuchado y ha cumplido; la que ha entregado su vida total al servicio de Dios. María se ha arriesgado, confiando plenamente que Dios proveería lo necesario. Y esta confianza se mantendrá firme hasta en el terrible momento de la cruz , tal vez sin entender la situación, pero continuó cumpliendo la Palabra de Dios hasta que, cumplidos sus días en la tierra, fue recibida en la presencia de Dios.

 

Y puede que estemos aplicando criterios nuestros, humanos, a ras de tierra, para entender a María, la Virgen Madre del Hijo de Dios. Enaltecemos a la mujer, la coronamos de oro y piedras preciosas, la damos títulos, más que sonoros, retumbantes, sin tener presente que el mayor mérito de María no es su virginidad, no es su embarazo y el alumbramiento del Hijo.

 

 Estas cosas son grandes, ¿quién lo duda?, pero el verdadero mérito de María está en su humildad, en su absoluta obediencia a la Palabra de Dios y haber puesto su vida y su persona entera, sin reservas, al servicio de la Palabra. María no necesita que la hagamos reina de nada; ella tiene el mayor de los reinos posibles: el amor de Dios que en ella se complace y la hace bendita entre todas las mujeres.